Por Esteban Vilgré Lamadrid, director del MMIAS. El 14 de junio de 1982 hacia las nueve de la noche, en Puerto Argentino, las armas que horas antes hicieron su último bramido en defensa de nuestra soberanía quedaron en silencio; en diferentes rincones los soldados argentinos se cubrían de la hostilidad del clima agotados, sabiendo que habían dado todo. Entretanto, el gobernador militar de las Islas Malvinas, General de Brigada Mario Benjamín Menéndez, cerraba los términos de esa rendición llena de honra por el coraje de sus soldados ante el general inglés Jeremy Moore. El acta de capitulación firmada esa noche se encuentra hoy en el Museo Nacional de Aeronáutica de Morón. Ahí puede verse que Menéndez hizo tachar la palabra incondicional.
Hay una foto famosa donde se los ve a ambos dándose la mano. Se suele destacar que Menéndez estaba limpio y afeitado, y Moore, sucio porque venía de la turba y del combate. Esta lectura, facilista y desmalvinizadora, busca instalar la idea de que Menéndez no peleó. Podemos discutir las capacidades tácticas de uno y otro… Pero en la foto ni Moore estaba tan sucio, ni Menéndez tan limpio. El primero se embarró al caer involuntariamente arriba de un charco al descender de un helicóptero y el segundo había decidido mostrarse «entero», decidiendo cambiar su uniforme y afeitarse antes de la entrevista.
Para comprender el 14 de junio hay que entender cuestiones que, todavía hoy, no han sido estudiadas ni analizadas en detalle por nuestra historiografía. Para cualquier militar, el momento de la rendición es duro, una prueba final de entereza, «el peor dolor que puede sufrir un guerrero». Para Menéndez que había llegado a las Islas como gobernador, no como parte de un componente bélico, la decisión de la rendición, que recayó exclusivamente sobre él, fue el momento más importante y a la vez dramático de su carrera. Y lo llevó adelante con dignidad. Sabemos que la victoria tiene muchos padres en cambio la derrota es huérfana.
La foto nos muestra una escena donde algunos se reconocen como vencidos y comparten su amargura. Aunque también es lícito recordar que miles de argentinos, después de haber conocido los horrores de una guerra, celebraron la noticia de que volvían a sus casas, con sus familias. La foto de Moore y Menéndez, entonces, contrasta con otra, menos famosa, donde vemos docenas de cascos tirados en la turba. La guerra había terminado. El silencio caía sobre el campo de batalla. Hacia el fondo de la foto, un soldado británico levantó y examina uno de los cascos con curiosidad. También se ven correas y partes de otros equipos. Cada pieza del uniforme refleja un soldado argentino que combatió con valor, que produjo tremendo daño al enemigo y lo llevó al límite de sus fuerzas y sus capacidades logísticas. Como dijo Julian Thompson, no fue un picnic.
En cada cerro, en cada valle, en cada rincón de la tierra, el aire y el mar nuestros soldados pelearon con coraje. Los mayores costos en bajas y equipo que tuvieron las fuerzas británicos desde la segunda guerra mundial les fue infligida por soldados argentinos y eso es motivo de orgullo.
El 14 de junio es, entonces, un día de reflexión. El 14 de junio debemos recordar a nuestros caídos pero también a esos guerreros agotados que con heridas en el alma o el cuerpo lo dieron todo y que aun hoy repiten que «si lo tuviesen que hacer, no lo dudarían.» El honor de la bandera vale mas que cualquier penuria. El 14 de junio debemos volver a reconocer a los 649 héroes de Malvinas, que en las islas o el continente entregaron la vida por la Patria. Y el 14 de junio tenemos que ratificar que la guerra no alteró nuestros legítimos e imprescriptibles derechos de soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, tal como lo estableció la resolución 37/9 de Naciones Unidas en noviembre de ese mismo año.
Y también el 14 de junio debería recordarnos que, en un conflicto bélico, no puede haber sectarismos, ni dudas, ni mezquindades. El esfuerzo debe ser generoso y coordinado. Poco tiempo después de la rendición, el teniente general retirado Benjamín Rattenbach produciría el informe que conocemos con su nombre y empezarían a salir a la luz algunos de los motivos de la derrota comenzando así una larga y dura posguerra. Hoy a cuarenta y dos años de ese silencio, reivindicamos el honor y el coraje de esos últimos momentos de la guerra y no cejaremos en nuestro reclamo hasta que nuestro pabellón flamee en el mástil de Puerto Argentino. Como siempre debió haber sido.////MMIAS