Alejandro Quirós hizo la conscripción en buque polar Bahia Paraíso, que luego se transformó en buque hospital y participó del conflicto bélico del Atlántico Sur. Durante la guerra, trabajo como camillero. Esta entrevista pertenece al proyecto Memoria Epistolar de Malvinas.
Transporte Polar ARA Bahía Paraíso, 5 de mayo de 1982
Querida gente:
Espero que hayan recibido mi carta anterior y estén bien y tranquilos. Nosotros vamos a Ushuaia posiblemente mañana (viernes 7) y no es seguro que pueda bajar a hablar por teléfono, así que voy a mandar la carta.
El domingo estábamos navegando a la altura de Santa Cruz, y a la noche recibimos orden de ir a auxiliar a la gente del crucero Belgrano que había sido torpedeado; llegamos el martes y nos pusimos a trabajar hasta hoy.
La zona es al sur de la Isla de los Estados más o menos y hace bastante frío; en eso no tenemos mucho problema porque conservamos la ropa antártica.
Ahora llevamos en el buque un montón de gente que rescatamos del crucero, no sé si sabrán que ahí estaban la mayoría de mis compañeros de instrucción de campo Sarmiento; por eso estábamos con el ánimo por el piso.
Pero llegó una lista con los nombres de los sobrevivientes y están casi todos.
Nosotros estamos bien, según nos dijeron ya estamos reconocidos internacionalmente como buque hospital y no puede pasarnos nada, así que sigan tranquilos que la vida a bordo continúa normalmente.
Con respecto a lo que vamos a hacer todavía no sabemos nada, pero la vuelta a Buenos Aires está tan lejos como yo, salvo una orden de último momento que me parece imposible.
Supongo, como dije antes, que no voy a poder llamar, y creo que la carta va a tardar un poco, por el hecho de que la gente del crucero va a querer llamar a sus casas y también van a escribir, y tienen prioridad ellos antes que nosotros. Posiblemente estemos un solo día en Ushuaia, y después sigamos navegando. Estamos escuchando radio todos los días y estamos enterados de lo que va pasando.
Me voy a despedir pidiéndoles otra vez que se queden tranquilos, apenas tenga oportunidad les voy a escribir.
Saludos a todos y un beso a los abuelos y un abrazo a uds.
Alejandro F. Quirós
PD.: Llegamos a Ushuaia el domingo 10, y estamos a la orden. Salimos en cualquier momento o dentro de algunos días. Quédense tranquilos que no pasa nada.
Mi nombre es Alejandro Quirós. Estuve destinado como conscripto en el buque, en ese momento, al principio, fue el buque polar Bahía Paraíso de la Armada Argentina. Después durante la guerra fue designado como buque hospital. Mi trabajo en el buque era en un comedor de suboficiales. Teníamos todos un rol para lo que era la tripulación convencional y después nos dieron uno distinto adicional cuando fue la guerra. Durante la guerra fui camillero. Nuestro trabajo era trasladar heridos y cuerpos dentro del buque según fuera la necesidad. Escribí varias, muchas cartas. Esta seguramente la escribí durante la navegación sabiendo que íbamos a llegar a Ushuaia y la tenía que despachar rápido para que llegara lo antes posible. Las cartas eran una de las pocas formas de comunicación que teníamos. Hace cuarenta años las comunicaciones eran muy distintas a lo que son ahora. Había pocas cosas que me podían unir a mi familia y las cartas eran una de ellas. A ver, era muy, muy difícil la comunicación. Había una posibilidad que era por radio desde el buque pero estaba muy restringido durante la guerra, muy restringido, era muy difícil. Por radio había una estación, Radio Pacheco, una estación de radio que estaba en Pacheco que convertía las llamadas de radio en teléfono, en una llamada telefónica. Era muy difícil. Había que mantener el vocabulario de una llamada de radio por teléfono y mis padres no estaban acostumbrados. Se armaban unos nudos bárbaros ahí. Las llamadas por teléfono a veces tardaban. Una vez me dieron una demora en una central de ENTEL de Ushuaia de más de treinta horas entre pedir el llamado y que se hiciera efectivo. Yo llegaba a la oficina, pedía una llamada, había una persona con un equipo con auriculares, micrófonos, pidiendo, no sé cómo era la tecnología, y me daban una demora. A veces de un rato, a veces un par de horas. Y ese día me pidieron que volviera a las treinta horas y, claro, con la posibilidad de que no se concretara. Y eso era cuando estábamos en Ushuaia, porque durante la navegación no era posible. Otra forma de comunicación era que mis padres, mi mamá sobre todo, fueran al kiosco del diariero del barrio. A ver si en los diarios o en las revistas había alguna novedad del buque. El señor del kiosko ya tenía leído todo y le seleccionaba, si había algo útil. Era muy compleja la comunicación, muy difícil.
En el buque no recibimos cartas. Alguna vez recibí pero no, no recuerdo haber recibido muchas. Las tenían que mandar de Ushuaia a la base naval, entonces recibíamos. Alguna vez pasó, pero muy, muy salteado. Las cartas son un elemento físico. No recuerdo cómo hacíamos pero no era fácil. Si querías mandar una carta, creo que había que dejarla en algún lugar en Ushuaia, como fue el caso de esta carta. Y hubo otra que fue una cosa más personalizada. Me gustaría contar esa historia. Nos encontramos con una persona del buque Río Carcarañá… Habíamos subido a unos civiles que habían estado en el buque mercante Río Carcarañá. Lo hundieron los ingleses. Y charlando con uno de ellos me enteré que vivía a diez cuadras de mi casa. Entonces estábamos ya navegando para desembarcarlos en un puerto que se llamaba Punta Quilla, un puerto muy, muy chiquito en la Patagonia. Y yo le dije a este mercante: “dame un ratito que escribo una carta que seguro va a llegar antes si se la entregás vos.” Entonces en el comedor del buque les escribí a mis padres. No es esta, es otra. Me acuerdo que ellos tenían una ropa de trabajo azul que les habíamos dado nosotros. Sé que ellos dejaron todo en su barco, salieron sólo con lo puesto y nosotros creo que les habíamos dado ropa, no me acuerdo bien. Después me enteré cómo fue la llegada a mi casa. Hacía varios días que mis padres no sabían nada de mí. Y tocan el timbre, mi mamá va y encuentra a un tipo, un barbudo con ropa azul y un papel en la mano con letra mía. Entonces este hombre le dice: “¿Acá vive la familia de Alejandro Quirós? ¿Sí? Bueno. Estuve con su hijo en Malvinas hace tres días y esto es para ustedes.” Mi mamá lo hizo pasar, se largó a llorar, no sabía nada de mí. Y mi papá ve que entra mi mamá llorando y un señor atrás, un desconocido. Estando yo en la guerra debe haber sido un momento dramático en mi casa. Eso me lo contaron después. Después me enteré que este muchacho llegó a la casa, saludó a la familia, un beso, un abrazo a la mujer y le dijo: “Tengo algo muy importante para hacer, ahora vengo.” Y así con la ropa que tenía se fue a mi casa y les dio la carta. Ni se cambió. Se fue a mi casa con lo que tenía puesto.
Las cartas eran muy importantes, eran un nexo, eran uno de los pocos nexos que teníamos en la intimidad de una escritura. Era una de las pocas cosas que nos unían porque el teléfono, ya te digo, era muy complicado. En la radio siempre había intermediarios y en algún momento durante la guerra tenías a alguien al lado viendo qué decías, qué no. Había un cartelito que marcaba lo que podíamos decir y lo que no. Era lógico, estábamos en una guerra y era una unidad militar en un teatro de operaciones. Me parece aceptable que fuera así. Pero bueno, un poco intimidante, un poco incómodo. Uno no se podía explayar como se explayaba en la carta, en la intimidad de la escritura ¿no? Una hoja en blanco en donde uno podía volcar lo mejor posible todo lo que le pasaba. Y transmitir tranquilidad, sobre todo transmitir tranquilidad, que estábamos bien, que no hubiera preocupación.
Escribíamos cuando no estábamos trabajando. Trabajábamos mucho. Trabajábamos todo el día. Pero había momentos, después de la cena en un comedor, o mismo en la cama cuando estábamos ya por ir a dormir. Tenías que elegir los momentos adecuados dentro de todo lo que era la vorágine del trabajo en el barco. Pero había momentos en los que tenías la tranquilidad de ponerte a escribir.
Me reencontré con esa carta no hace mucho. Le pedí a mi mamá que… Bueno, yo cuando llegué le pedí a mi mamá que rompiera todo. Cuando llegué de la guerra, es más, tenía hasta grabaciones en donde yo contaba… No sé, le dije: “Ma, tenés que tirar todo, no quiero saber nada.”
En medio de la guerra, creo que fue abril o mayo, el buque fue a Puerto Belgrano para ser rediseñado o reacondicionado como buque hospital. Se armaron quirófanos, armaron un montón de cosas y de ser un transporte de carga, un barco de carga, pasó a ser un buque hospital. Muy preparado, quedó muy preparado. Por ese motivo, durante un fin de semana nos dejaron ir a nuestra casa. Entonces ese fin de semana me fui a casa, y mientras yo contaba todo lo que había pasado, me grabaron en un cassette. Cuando volví, tiré todo. Pero mi vieja rescató muchas cosas. Se dio cuenta. Conservó muchas cartas y hace poco la fui a visitar y le pregunté “¿vos tenés las cartas?” Las tenía todas conservadas en perfecto estado. Si no fuera por ella y sus ganas de guardarlo. Si me lo dejaban a mí, yo tiraba todo. ¿Por qué? Tenía necesidad de cortar con todo eso quizás.
Cuando las releí fue como volver a entender qué era lo que estábamos viviendo porque yo quise hacer una desconexión total de lo que había pasado. Es más, durante veinticinco años yo no me encontré con nadie. Después de veinticinco años, acá, en la Escuela de Mecánica hubo una reunión con la tripulación y ahí me reencontré con un montón de gente. Y la verdad que no me molestó. Me gustó reencontrarme, pero en ese momento –cuando yo llegué– tuve la necesidad de cortar con esa historia. Era un momento muy difícil. Quería buscar trabajo y no lo encontraba. Y yo por ahí en un momento decía: “Miren que estuve en Malvinas…” Hasta que me di cuenta de que tenía que hacer todo lo contrario y ocultar que había estado en Malvinas porque si no, no me daban trabajo. Fue un momento medio feo. Entonces, calculo yo, estoy suponiendo que fue por eso que quise terminar con toda esa historia. No me daba resultado mantenerla.
Veinticinco años después me entero que hay una reunión. Había una reunión todos los años. Yo de algunas me enteré, otras no, y en las primeras no quería saber nada. Después como que no me enteré más y pasaron veinticinco años y me enteré que se hacía acá cuando esto todavía era la ESMA y todavía pertenecía a la Armada. Y en uno de los quinchos, era la primera vez que entraba a la ESMA, yo no había entrado nunca, en uno de los quinchos que estaba para el uso del personal de la Armada… Ahí se hizo el reencuentro. Eran todos personal de la Armada, casi todos retirados, y lo usaron, e hicieron un asado, y todos los que pudimos participar, todas las jerarquías del barco, estuvimos. Desde el comandante hasta todos los que estábamos haciendo el servicio militar. Fue emocionante.
Me resultó muy emocionante encontrarme con mis compañeros porque, primero, el choque de ver a una persona después de veinticinco años es fuerte. Ves el paso del tiempo en una persona y pensás que seguro ellos lo ven también en vos. Pero fue muy emocionante. Fue muy agradable encontrarme con toda esa gente. No tengo rencores, no tengo nada que decir de la gente que estuvo conmigo en el buque. Siempre fuimos muy bien tratados por todos. Especialmente por el comandante. Nos cuidó mucho. Ismael García. Sí, sí, a ver, era una unidad militar verticalísima. Pero el tipo bajaba a visitarnos. Nosotros dormíamos en la bodega del barco, en un lugar acondicionado con cuchetas y, de vez en cuando, él bajaba a ver cómo estábamos. Obviamente bajaba y era la presencia de, no te digo una divinidad, pero ¡era la máxima autoridad del barco! Siempre sentimos que nos cuidaba. Era una unidad militar. Se daban instrucciones y nosotros las cumplíamos. Pero el trato siempre fue muy correcto, muy correcto, pese a haber estado en situaciones complicadas.
¿Si pudiera decirle algo al joven que escribió esta carta qué le diría? Qué pregunta. Mirá, yo me acuerdo que la sensación que tenía era de incertidumbre, eso es lo que yo me acuerdo. Era una sensación de ¿cuánto va a durar esto? ¿Cuánto tiempo voy a estar? ¿Meses, años navegando? Hubo momentos en que me despertaba y el barco se movía y ahí me enteraba que nos habíamos ido de un puerto, de Ushuaia. Y yo pensaba “¿cuándo voy a poder retomar mi vida?” Porque yo no era militar de carrera. Eso no era lo mío. Entonces yo quería volver a mi vida. Nosotros salimos el 26 de diciembre del 81 para la campaña antártica. Hicimos toda la campaña antártica, y en marzo, a fin de marzo, se empezó a complicar y nosotros volvimos a Buenos Aires recién el 27 de junio del 82. Así que sí, navegamos mucho y nosotros no sabíamos cuánto iba a durar. Era una cosa que seguía, seguía y seguía y no sabíamos cuánto iba a durar, no sabíamos cuándo íbamos a volver a casa. A mí nunca se me pasó por la cabeza eso de ¿volveré a casa? Nunca tuve esa sensación de no volver, pero sí de no saber cuándo. Entonces lo que le diría a ese chico, que era un chico que recién salía del secundario, es “tranquilo que esto se va a resolver y vas a poder volver a retomar tu vida normalmente.” Intentaría transmitirle lo mismo que intentaba poner en las cartas para mi familia: “Quedate tranquilo, esto pasa, esto va a pasar, esto se va a resolver, va a salir todo bien.”////MMIAS